¿Qué pasaría si...?, Juan Travnik, (Catálogo. Galería Dabbah Torrejon) Argentina, 2006

¿Qué pasaría si...?, Juan Travnik, (Catálogo. Galería Dabbah Torrejon) Argentina, 2006 El trabajo de Esteban Pastorino parece surgir siempre de una imperiosa necesidad de ampliar los campos de la visión.
De manera obsesiva y lúdica, hay una pregunta que motoriza inicialmente su trabajo: ¿qué pasaría si...?
Esta pregunta podría minimizarse si se la acota y entiende como la inquietud del escritor, que busca mejorar su texto intercambiando palabras; la del pintor, que modifica el color sobre el lienzo hasta obtener lo buscad, o la elección de diferentes ángulos de toma en la captura fotográfica.
Pero no.
¿Qué pasaría si...? es la pregunta central en el nacimiento de la obra de Pastorino, y define su carácter experimental. La respuesta desencadena el procedimiento, que tendrá una fuerte presencia en el resultado final. Y, en la acción concreta de ese proceso, siempre existe la necesidad de resolver una cuestión técnica de importancia relevante. En su serie sobre la arquitectura de Salamone, fue la adaptación en el uso de la goma bicromatada, una técnica del siglo XIX, para lograr copias inusualmente grandes.
Las inquietudes en las etapas iniciales de sus trabajos se cruzan permanentemente con la información científica y la realización técnica. Él mismo construye las cámaras artesanalmente y las dota de las características necesarias para llevar a cabo su experiencia. En esa etapa inicial, el objetivo es lograr que funcione el sistema, obtener el registro con los rasgos proyectados desde lo técnico. La propuesta estética de Pastorino termina siendo definida por el uso de esos aparatos y procedimientos, que particularizan cada cuerpo de obra. Primero fueron las panorámicas y lo aleatorio de las acciones que se desarrollaban delante de la cámara, mientras giraba el objetivo en un tiempo prolongado de exposición. Luego, la cámara diseñada para registrar las tomas aéreas montada en un barrilete era accionada por medio de un control remoto, y jugaban con una dosis de azar en el encuadre, que no podía controlar con exactitud.
El trabajo más reciente, producto de los últimos cuatro años, quiebra nuevamente los limites de la percepción visual directa y propone la aplicación de tomas estereoscópicas fotografía 3D en registros panorámicos y vistas aéreas. La cómoda visión en un plano de las imágenes fotográficas tradicionales, obtenidas desde un punto de toma único que reproduce el efecto de perspectiva central, se ve alterada con esta propuesta.
Estos sistemas licuan la relación con esa perspectiva: en las panorámicas por la falta de un punto de vista único, en las vistas aéreas por la difícil mensurabilidad.
En las tomas panorámicas, el recorte del tiempo tampoco respeta la instantaneidad, elemento característico de la fotografía. Se verá, entonces, casi como en un fragmento fílmico, el paso de la gente en el recorrido de una cinta mecánica en un aeropuerto. O la vista de un pueblo registrado a medida que se lo ve desde un tren en marcha.
La engañosa creencia de "naturalidad en la visión" que se le adjudica a la reproducción estereoscópica termina introduciéndonos en un campo de percepción visual inesperado. Un mundo en el que los planos resultan exageradamente separados, sin la continuidad propia de la mirada cotidiana.
Emerge, así, la extraña sensación de estar ante escenografías o maquetas.
Imágenes que parecen registros de elementos escultóricos o de estructuras arquitectónicas de enigmáticas dimensiones. Esta ambigüedad alimenta una lectura en la que se termina confundiendo objetividad y ficción. Esa objetividad, producto de los procedimientos sustentados en la investigación científico-técnica, se acentúa por una aparente subordinación de la mirada del operador (el autor) a los instrumentos de registro. Curiosamente, estos sistemas son los que dan origen a imágenes que, por la inusual manera de captura, nos acercan a la duda o nos empujan, decididamente, a una interpretación que se toca con la ficción. Con estos mecanismos, Pastorino logra inquietar. Conmueve e incomoda, siempre con una dosis de sorpresa que desubica en tiempo y espacio la percepción de quienes se asoman a su obra.